Hemos comenzado este curso definiendo la vida en función de las funciones que la caracterizan: nutrición, relación y reproducción. Si os tomáis la molestia de leer este interesante artículo del profesor José Luis Castillo veréis que, además, la vida tiene una cuarta característica. ¿A que no lo sabías?
¿Cuántas veces has oído las características de los seres vivos? Seguro que muchas. Y seguro que te las sabes de memoria: nutrirse, reproducirse, relacionarse.
Seguro que te dijeron que la nutrición es para obtener materia y energía. Incluso seguro que sabes que hay básicamente, dos tipos de nutrición (hay más, pero no estoy hoy para matices): completa e incompleta. O también autótrofa y heterótrofa. Completa (autótrofa), cuando eres capaz de fabricar tu propia materia. Bueno, tú no, tu nutrición no es autótrofa. Tú eres heterótrofo o heterótrofa. Es decir, de nutrición incompleta. ¿La prueba? Tienes que ir a comprar la comida. Tienes que quitarle la materia viva a un animal o a una planta (o a bacterias o a hongos) y quedártela tú, para obtener de ella energía.
Seguro que también te dijeron que la reproducción es producir seres vivos iguales que uno. O parecidos. Iguales si la reproducción es asexual, si no hay sexo, si hay una única célula. Parecidos si la reproducción es sexual, si hay dos células que se fusionan y el nuevo ser vivo resulta de una mezcla de características de sus padres.
Seguro que te dijeron que relacionarte eran tres cosas: captar un estímulo, tomar una decisión y actuar. El número tres es la clave aquí (una neurona tiene tres partes, una para cada verbo, para cada acción de la relación; igual ocurre con el sistema nervioso).
Pero lo que creo que no te dicen con frecuencia es la cuarta cosa. Competir. Los seres vivos compiten, compiten mucho. Tanto como se nutre, reproduce, relaciona. Y cuanto más éxito tenga la vida en general, más competencia hay. Por una razón muy sencilla: los recursos son finitos, limitados; si somos muchos, no hay para todos. Un ser vivo compite por la nutrición, por la pareja, por hacerse ver y hacerse oír. Un ser vivo compite para lograr sus recursos. Estamos tremendamente capacitados para competir.
Pero… ¿eso nos hace mejores? No, no… Nos hace supervivientes. La competencia sólo nos hace mejores si es muy grande. Te lo cuento con un “chiste”.
Van dos montañeros por un sendero y de pronto se les aparece un oso, que les ataca. Uno sale corriendo. El otro se sienta tranquilamente, se quita las pesadas botas, saca de la mochila unas ligeras zapatillas de deporte, se las pone. Su compañero le grita de lejos: “¿Pero estás tonto? ¿Crees que con las zapatillas vas a correr más que el oso?”. Y el tipo, levantándose y echando a correr le responde: “¡No, claro! Voy a correr más que tú…”.
Por tanto, un ser vivo se nutre, se reproduce, se relaciona y compite.
En muchos casos (en la mayoría) la competencia no significa ser bueno, no. Significa ser mejor que otro. Sólo si la competencia es suficientemente prolongada y suficientemente intensa las peores variantes van siendo eliminadas por la selección natural y resulta una verdadera optimización. Pero eso es, realmente, poco frecuente. No, la competencia no nos optimiza. Nos hace ganar, pero ganar no es lo mismo que ser lo mejor posible.
Y por cierto, una cosa que los seres vivos NO hacen. Evolucionar. Las que evolucionan son las especies. La evolución es una propiedad de conjuntos, no de individuos. Si estuviéramos en matemáticas te hablaría de una variación de la media, de una modificación de la varianza… Lástima que los matemáticos no te cuenten las medidas de centralidad y dispersión relacionándolas con la evolución de las especies. Con lo bonita que podría quedar la explicación…
Original: El blog de José L. Castillo.